Me quedaba despierta en la oscuridad, esperando que los personajes ficticios se materializaran en las sombras de la habitación. Al principio eran transparentes y silenciosos, como medusas bajo el agua, pero pronto se convertirían en algo más tangible. Una luz fantasmal iluminó la habitación, y los podía ver con claridad, y los podía oír charlando; eran mis amigos.

Discurso Bicentenario Hans Christian Andersen

Nombrada embajadora de buena voluntad para la celebración del bicentenario de Hans Christian Andersen el 2005, Isabel pronunció el siguiente discurso, durante una ceremonia en el Castillo de Rosenborg en Copenhague el 30 de septiembre de 2004.

Su Alteza Real, Príncipe Heredero Frederick; Sr. Jaime Lagos, Embajador de Chile; autoridades de la Fundación Hans Christian Andersen; señoras y señores.

¿Cómo podría explicarles lo que significa para mí ser nombrada como embajadora para el bicentenario de Hans Christian Andersen? De todos los honores que uno podría recibir, este es el más mágico de todos. Gracias por permitirme celebrar con Dinamarca y el resto del mundo, el poder de la narración.

Como la mayoría de los niños nacidos en el los últimos dos siglos, crecí con los cuentos de Andersen. Tenía casi cuatro años, cuando mi padre fue a comprar cigarrillos y nunca volvió. Al encontrarse sola con tres hijos y sin recursos, mi madre regresó a vivir bajo el techo de su padre. En esa casa grande y sombría, mi madre, mis hermanos, y yo compartíamos la misma habitación. Eran los años cuarenta, cuando en Chile no había televisión. La imaginación, el miedo, los ruidos tenebrosos de ratones y fantasmas, hacían muy largas nuestras noches.

A la hora de dormir, mi madre nos contaba cuentos. Mis hermanos finalmente se quedaban dormidos, pero yo creía que todas y cada una de esas historias eran verídicas; para mí no había ninguna diferencia entre el relato de una batalla naval del siglo diecinueve, la anécdota familiar de un tío que voló al cielo en un globo, y los inquietante cuentos de hadas de Andersen. Me quedaba despierta en la oscuridad, esperando que los personajes ficticios se materializaran en las sombras de la habitación. Al principio eran transparentes y silenciosos, como medusas bajo el agua, pero pronto se convertirían en algo más tangible. Una luz irreal iluminaba la habitación, los podía ver con claridad y oír charlando; eran mis amigos. Se habían escapado del confinamiento de su propia historia, y se involucraban en las historias de los otros. Así, un soldadito de plomo se quejaba de no poder dormir porque había un guisante bajo el colchón; Pulgarcita usaba la ropa del emperador, que le quedaba grande, mientras su novio, el topo ciego, perseguía a una hermosa bailarina de papel; un muñeco de nieve se derretía por jugar con fósforos, mientras la pequeña vendedora de fósforos se casaba con un príncipe, que no parecía príncipe, sino sapo; y un ruiseñor, posado sobre un yesquero, cantaba las mejores piezas de su repertorio para tres enormes perros de ojos temibles. Era imposible aclarar la confusión de tantos personajes, cada uno con su propio drama, discutiendo o enamorándose de la persona equivocada, y creando así nuevos cuentos cada noche.

Cuando tenía alrededor de cinco o seis años, mi madre se cansó de repetir las mismas historias, y me dio un libro de cuentos de hadas de Hans Christian Andersen. ¡Aprendí a leer rápido! Pronto descubrí que esas historias, que yo creía verdaderas, habían sido inventadas hacía mucho tiempo por un narrador en Dinamarca. Me sentí traicionada,porque mis personajes no eran libres, estaban atrapados en las páginas del libro, sus vidas estaban impresas y no podían ser cambiadas. Pulgarcita no podía escuchar el canto del ruiseñor de oro; el Emperador desnudo nunca conocería a Simón el Simple; el patito feo no podría convertirse en príncipe, sólo en cisne, una opción profesional muy limitada.

Yo era un patito feo, y tenía la fantasía, de que convertirme algún día en estrella de cine; no tenía ninguna intención de convertirme en un cisne. Por otra parte, en las intricadas ilustraciones del libro, mis amigos se veían totalmente diferentes a lo que yo había imaginado. La Sirenita no tenía pelo verde, ¡era rubia!

De todos modos, el libro me gustó y me aprendí rápidamente los cuentos de memoria, pero ya no deseaba ser uno de los personajes, sino controlar la trama. Quería ser la narradora, quería ser Hans Christian Andersen. Tal vez, de esta forma cambió mi vida. Mi madre dice que apenas aprendí a leer, empecé a inventar historias y atormentando a mis pobres hermanos con cuentos mórbidos, que llenaban sus días de terror y sus noches de pesadillas. Más tarde, mis hijos y mis nietos tuvieron que pasar por el mismo calvario. De grande, sin embargo, la ficción me han ayudado a ganarme el corazón de algunos hombres; no hay nada tan afrodisíaco como un cuento contado con pasión entre dos sábanas limpias y bien planchadas … De niña me castigaban por decir mentiras, pero ahora, que me gano la vida con esas mentiras, soy una “narradora” respetable.

Me imagino que Hans Christian Andersen sufrió la misma suerte. Al principio, la gente debe haber pensado que estaba mentalmente perturbado. ¿Por qué no trabajaba de zapatero, como su padre? Ese era un trabajo decente, mientras que contarcuentos, no se consideraba una ocupación razonable, sino una falla de carácter. Sin embargo, las historias son esenciales, son para la humanidad lo que los sueños son para los individuos. Como individuos, necesitamos soñar. Si no se nos permite soñar, perecemos, asfixiados por demonios poderosos. Y sin historias, la civilización perecería, porque no habría memoria colectiva, comprensión de los acontecimientos, o un legado espiritual. Desde el principio de los tiempos, la narración ha contribuido a formar la mente humana. Algunos cuentos, narrados una y otra vez, describen nuestro viaje por la vida y la muerte, son los mitos inmortales repetidos en todas partes: el paraíso perdido, el héroe en busca de justicia, la lucha entre el bien y el mal, las batallas contra los dragones de nuestra propia alma. Todas las tramas fundamentales ya han sido contadas, sólo podemos crear nuevas versiones, pero cada vez, que una buena historia es contada, renace con el encanto la primera vez. Eso es exactamente lo que logran los cuentos de Andersen: maravillarnos una y otra vez.

Hay millones de cuentistas. Cada año, miles y miles de obras de ficción se publican en el mundo, pero solo algunos, muy pocos, llegan a ser memorables. ¿Por qué los cuentos de Andersen son eternos? ¿Por qué se los puede contar durante dos siglos, en diferentes idiomas y culturas, y siempre parecen novedosos? No hay respuesta para estas preguntas. Muchos autores alcanzan un éxito efímero, pero muy pocos sobreviven la erosión del tiempo. Hay innumerables relatos sobre la naturaleza humana, escritos con gran talento; muchos tienen el poder de consolarnos en momentos de dolor, o guiarnos cuando estamos perdidos, pero no llegan a convertirse en clásicos. Muchos son sobre justicia, honor y amor, o sobre pérdidas, separación, sufrimiento y muerte, como los cuentos de Andersen, sin embargo, son olvidados. ¿Qué lo hace único a Andersen? Supongo que es la magia.

Permítanme, comparar a Hans Christian Andersen con otro artista inmortal, cuyo centenario el mundo celebra este año: el poeta chileno Pablo Neruda. Como Andersen, Neruda nació en un pequeño pueblo, en un país pequeño, en una familia pobre. El padre de Andersen, era zapatero, el padre de Neruda, era un trabajador ferroviario. Como Andersen, Neruda encontró su vocación a muy temprana edad. Era un niño tímido, introvertido, muy sensible, un soñador. Cualquier cosa estimulaba su imaginación: una hoja cayendo de un árbol, el aroma de pan recién horneado, el sonido de un hacha cortando leña. Se le partía el corazón con el sufrimientoajeno, y de ese corazón roto fluía su compasiva poesía. Neruda viajó extensamente, recopilando imágenes, paisajes, recuerdos, objetos e historias de gente, que transformó en algunos de los poemas más bellos jamás escritos. Escribió sobre cosas comunes: odas a una manzana, una cuchara, un diccionario; escribió sonetos apasionados de amor y canciones desesperadas; escrivió sobre la justicia social, el imperialismo y la guerra. Su obra, fue traducida a todos los idiomas conocidos, y en l971 ganó el Premio Nobel de Literatura. Al igual que Hans Christian Andersen, Pablo Neruda ha sobrevivido al paso inexorable del tiempo, y todavía nos toca el corazón. Estos extraordinarios artistas tienen el poder de estremecernos profundamente, de cambiarnos. Sus obras, tocadas por una varita mágica, brillan para siempre.

Han pasado varias décadas desde que mi madre me dio ese primer libro de cuentos de hadas. Ahora ella tiene ochenta y cinco años y todavía me cautiva con sus relatos. Yo también, me he convertido en narradora y le cuento cuentos a mis nietos y a otras personas que tienen la amabilidad de leer mis libros. Nunca he olvidado la deuda de gratitud que tengo con Hans Christian Andersen, maestro de la narración.

Gracias, señoras y señores. Muchas veces, muchas gracias, como Pablo Neruda dijo alguna vez, por el espléndido regalo, que me han dado hoy. Un príncipe, un príncipe de verdad en un palacio de cuento de hadas, me ha nombrado embajadora del universo mágico de Hans Christian Andersen. ¿Qué más podría esperar a mi edad?