Como narradora, deseo transmitir algo más verdadero que la verdad sobre nuestra condición humana. Todas las historias me interesan y algunas me persiguen hasta que las termino escribiéndolas. Algunos temas son recurrentes: justicia, lealtad, violencia, amor, muerte, política, asuntos sociales y la libertad. Estoy abierta al misterio que nos rodea, así es que también escribo sobre coincidencias, premoniciones, sueños, emociones, el poder de la naturaleza, magia.

Cuentos de Pasión-Conferencia TED

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En su charla en TED, Isabel examina la pasión y habla de las mujeres que con su coraje y altruismo han transformado el feminismo moderno. TED (Tecnología Entretenimiento y Diseño) es una conferencia mundial dedicada a la difusión de “Ideas que Vale la Pena Difundir.” Isabel habló en marzo de 2007 en la Conferencia TED en Monterey, California.

Me apabulla encontrarme aquí entre la crema de la inteligencia. He venido a contarles cuentos de pasión.

Hay un proverbio judío que me encanta:

Pregunta: ¿Qué es más verdadero que la verdad?

Respuesta: La historia.

Como narradora, deseo transmitir algo más verdadero que la verdad sobre nuestra condición humana. Todas las historias me interesan y algunas me persiguen hasta que las termino escribiéndolas Algunos temas son recurrentes: justicia, lealtad, violencia, amor, muerte, política, asuntos sociales y la libertad. Estoy abierta al misterio que nos rodea, así es que también escribo sobre coincidencias, premoniciones, sueños, emociones, el poder de la naturaleza, magia… En los últimos veinticinco años he publicado algunos libros, pero viví en el anonimato hasta febrero de 2006, cuando me tocó llevar la bandera en los Juegos Olímpicos de Invierno en Italia. Eso me convirtió en una celebridad. Ahora la gente me reconoce en Macy’s y mis nietos piensan que soy cool. Permítanme que les cuente sobre mis cuatro minutos de fama.

Uno de los organizadores de la Ceremonia de Inauguración me llamó para decirme que me habían seleccionada para ser una de los portadoras de la bandera. Le respondí que se trataba de un error, porque no tengo nada de atleta. En realidad, ni siquiera estaba segura de que podría dar la vuelta al estadio sin un andador. Me dijeron que no era cosa de risa. Ésta sería la primera vez que solamente mujeres llevarían la Bandera Olímpica: cinco mujeres representando los cinco continentes y tres ganadoras de medallas olímpicas de oro. Mi primera pregunta fue, naturalmente, qué iba a ponerme. “Un uniforme”, me informaron y enseguido me pidieron mis medidas. ¡Mis medidas! Tuve una visión de mí misma en un anorak acolchado: me vería como el Hombre Michelín.

A mediados de febrero llegué a Turín. Cuando cualquiera de los ochenta equipos olímpicos pasaba por la calle, siempre había una multitud entusiasta aplaudiéndolos. Esos atletas habían sacrificado todo para competir en los juegos. Todos merecían ganar, pero la suerte es un elemento determinante. Una manchita de nieve, una pulgada de hielo, o la fuerza del viento puede influir en el resultado de una carrera o un juego. Sin embargo, lo que más importa, más que el entrenamiento o la suerte, es el corazón. Sólo un corazón valiente y decidido recibirá la medalla de oro. La clave es la pasión. Las calles de Turín estaban cubiertas de carteles rojos anunciando el lema de los Juegos Olímpicos: LA PASIÓN VIVE AQUÍ.

¿Noes siempre así? El corazón nos impulsa hacia adelante y determina nuestro destino. Eso es lo que necesito para los personajes de mis libros: un corazón APASIONADO. Necesito inconformistas, disidentes, marginales, aventureros y rebeldes que hacen preguntas, violan las reglas, y asumen riesgos. La gente amable, con sentido común no son personajes interesantes. Sólo son buenos como ex-cónyuges.

En el green room del estadio, me encontré con las otras abanderadas: tres atletas y las actrices Susan Sarandon y Sofia Loren. También, dos mujeres de corazón apasionado: Wangari Maathai, de Kenya, ganadora del Premio Nobel, quien ha plantado treinta millones de árboles y así ha cambiado el suelo y el clima en algunos lugares de África, además de las condiciones económicas en las aldeas. Y Somaly Mam, una activista camboyana, que lucha apasionadamente contra la prostitución infantil. Cuando tenía catorce años, su abuelo la vendió a un burdel. Nos contó sobre niñitas violadas por hombres convencidos que la relación sexual con una niña virgen los curaría del SIDA y sobre burdeles donde las niñas trabajan por cincuenta centavos al día y si se rebelan, las torturan con electricidad.


En la sala de espera recibí mi uniforme. No era el tipo de ropa que normalmente uso, pero tampoco era el traje del Hombre Michelín, que yo temía. En realidad, no estaba nada mal. Yo parecía un refrigerador, pero las otras abanderadas también, excepto Sofia Loren, símbolo universal de belleza y pasión.

Sofia tiene más de setenta años y se ve fantástica. Es muy sensual, delgada, y alta, con un bronceado profundo. ¿Cómo puede estar bronceada y sin arrugas? Cuando le preguntaron en una entrevista como hace para verse tan bien, ella contestó: “Postura. Mi espalda está siempre derecha y no hago ruidos de viejos.” He ahí el consejo gratis de una de las mujeres más hermosas del mundo: no gruñir, no toser, no resoplar, no hablar solo, no tirarse pedos. Bueno, ella no dijo eso exactamente.

En algún momento, alrededor de la medianoche, fuimos convocadas a una de las secciones del estadio. Los altavoces anunciaron la Bandera Olímpica y comenzó la música.

Sofía Loren estaba justodelante de mí. Es un pie más alta que yo, sin contar el pelo inflado. Caminó con elegancia, como una jirafa en la sabana africana, llevando la bandera en el hombro, mientras yo corría detrás en punta de pie sujetando la bandera con el brazo extendido. Mi cabeza iba debajo de la maldita bandera. Todas las cámaras enfocaban a Sofía, por supuesto. Eso fue una suerte para mí, porque en la mayoría de las fotos de prensa yo también aparezco, aunque a menudo entre las piernas de Sofía, donde a la mayoría de los hombres les encantaría encontrarse.

Los cuatro mejores minutos de mi vida fueron aquellos en el Estadio Olímpico. Mi esposo se ofende cuando digo esto, aunque le he explicado que lo que hacemos juntos en privado, por lo general tarda menos de cuatro minutos, así es que no debería tomárselo a mal. Tengo los recortes de prensa de esos cuatro minutos magníficos, porque no quiero olvidarlos cuando la vejez me destruya las células del cerebro. Quiero llevar para siempre grabada en corazón la palabra clave de los Juegos Olímpicos: PASIÓN.

He aquí una historia de pasión:

El año era 1998. El lugar era un campo de prisioneros para refugiados tutsi en el Congo. (Por cierto, 80 por ciento de todos los refugiados y personas desplazadas en el mundo son mujeres y niños.) Podemos llamar a este lugar en el Congo un campo de exterminio, porque quienes no morían asesinados, morían de enfermedades y de hambre. Los protagonistas de esta historia son una mujer joven, Rose Mapendo, y sus hijos. Es viuda; los soldados la obligaron a presenciar la tortura y ejecución de su marido. De alguna manera, Rose se las arregló para mantener a sus siete hijos vivos, y unos meses después dio a luz a gemelos prematuros, dos niños muy pequeños. Ella misma cortó el cordón umbilical con un palo y lo amarró con su propio pelo. Nombró a los gemelos con los nombres de los comandantes del campo, para ganar su favor, y los alimentaba de té negro, porque su leche no podía sustentarlos. Cuando los soldados irrumpieron en su celda para violar a su hija mayor, ella la abrazó, negándose a soltarla incluso cuando le apuntaron con una pistola a la cabeza. De alguna manera, la familia sobrevivió durante dieciséis meses y luego, por una suerte extraordinaria y gracias al corazón APASIONADO de un joven muchacho estadounidense, Sasha Charnoff, que logró poner a la familia en un avión de rescate rumbo a los Estados Unidos, Rose Mapendo y sus nueve hijos terminaron en Phoenix, Arizona, donde están ahora viviendo y prosperando.

Mapendo en swahili significa “gran amor”.

Los protagonistas de mis libros son mujeres fuertes y apasionadas como Rose Mapendo. No las invento; no necesito hacerlo, me basta echar una mirada alrededor y las veo en todas partes. He trabajado con mujeres y para mujeres toda mi vida. Las conozco bien.

Nací en la antigüedad, en el fin del mundo, en una familia patriarcal, católica y conservadora. No es de extrañar que a los cinco años fuera una feminista rabiosa, a pesar de que ese término no había llegado a Chile todavía y nadie sabía qué diablos me pasaba. Pronto descubriría que se paga un precio alto por la libertad y por cuestionar el patriarcado, pero lo he pagado con mucho placer, porque por cada golpe que he recibido, he podido dar dos.

Una vez, cuando mi hija Paula tenía veinte años, me dijo que el feminismo estaba pasado de moda, que yo debía sacudírmelo de encima. Tuvimos una pelea memorable. ¿El feminismo era una cosa del pasado? Sí, para las mujeres privilegiadas como mi hija y para todas las que estamos aquí, pero no para la mayoría de nuestras hermanas en el resto del mundo, que todavía son vendidas en matrimonio prematuro, prostitución o trabajo forzado, son obligadas a tener hijos que no desean o no pueden alimentar, carecen de control sobre sus cuerpos o sus vidas, no tienen educación ni libertad, son violadas, golpeadas, y a veces asesinadas con impunidad.

Para la mayoría de las mujeres jóvenes occidentales de hoy, ser llamada feminista es un insulto. El feminismo nunca ha sido sexy, pero les aseguro que nunca me impidió coquetear y rara vez he sufrido por falta de hombres. El feminismo no está muerto, de ninguna manera. Ha evolucionado. ¡Si no le gusta el término, cámbienlo, por el amor de la Diosa! Llámenlo Afrodita o Venus o Bimbo, o cómo quieran. El nombre no importa, siempre que sepamos lo que significa y apoyemos la causa.

Aquí hay otra historia de pasión, una historia triste.

El lugar es una clínica pequeña para mujeres en un pueblo de Bangladesh. El año es 2005. Jenny es una joven higienista dental estadounidense que ha ido a la clínica como voluntaria durante las tres semanas de sus vacaciones. Está capacitada sólo para limpiar dientes, pero cuando llega, descubre que no hay médicos ni dentistas, la clínica es una cabaña llena de moscas y afuera hay una fila de mujeres que han esperado varias horas para ser atendidas. La primera paciente, con varias muelas podridas, sufre un dolor insoportable. Jenny se da cuenta de que la única solución es arrancar los dientes en mal estado, pero no está autorizada para eso y nunca lo ha hecho, es muy arriesgado y está aterrorizada. Ni siquiera cuenta con los instrumentos adecuados, pero, afortunadamente ha traído un poco de novocaína. Jenny, de corazón valiente y apasionado, murmura una oración y procede con la operación. Al final, la paciente aliviada le besa las manos. Ese día la higienista arranca muchos otros dientes. A la mañana siguiente, cuando vuelve de nuevo a la llamada clínica, su primera paciente la está esperando con su marido y tiene la cara como una sandía; está tan hinchada que no se le ven los ojos. El marido, furioso, amenaza con matar a la americana. Jenny está horroriza por lo que ha hecho, pero luego el traductor le explica que la condición de la mujer no es consecuencia de la operación, sino que el día anterior su marido le dio una paliza, porque ella no llegó a tiempo a la casa para prepararle la cena.

Millones de mujeres todavía viven así. Son las más pobres entre los pobres.

Aunque las mujeres realizan dos tercios del trabajo mundial, poseen menos del 1 por ciento del capital. Se les paga menos que a los hombres por el mismo trabajo- si es que se les paga-y siguen siendo vulnerables, porque no tienen independencia económica y están constantemente amenazadas por explotación, violencia y abuso.

La realidad es que si las mujeres tienen educación, trabajo y la capacidad de controlar sus propios ingresos, si pueden heredar y poseer propiedad, la sociedad entera se beneficia. Al darle poder a una mujer, sus hijos y su familia están mejor. Si las familias prosperan, el pueblo prospera y, eventualmente, también lo hace todo el país. Cuando Wangari Maathai, va a una aldea en Kenya, habla con las mujeres y les explica que la tierra está arruinada, porque los árboles fueron talados para vender la madera. Wangari consigue que las mujeres planten árboles nuevos y que los rieguen, gota a gota. En cuestión de cinco o seis años, tienen un bosque, el suelo se ha enriquecido, y la aldea se ha salvado.

Las sociedades más pobres y atrasadas son siempre aquellas que no respetan a las mujeres. Sin embargo, esta verdad evidente es ignorada por los gobiernos y también por la filantropía: por cada dólar donado a programas de mujeres, se donan veinte dólares a programas de hombres.

Las mujeres equivalen al 51 por ciento de la humanidad. Si tuvieran poder todo cambiaría, se los prometo. Las mujeres trabajando juntas, unidas, informadas y educadas, pueden traer paz y prosperidad a este sufriente planeta.

Actualmente en cualquier guerra la mayoría des las víctimas son civiles, principalmente mujeres y niños. Son “daño colateral”. En tiempos de paz, los beneficios los reciben principalmente los hombres.

¡Los hombres manejan el mundo, y miren el lío que tenemos! ¿Qué clase de mundo queremos? Ésta es una pregunta fundamental que muchas mujeres se hacen. ¿Tiene sentido participar en el actual orden mundial? Queremos un mundo donde se respete la vida y haya suficiente para todos, no sólo para los privilegiados.

En enero, vi una exposición de pinturas de Fernando Botero en la Biblioteca de la Universidad de Berkeley. Ningún museo o galería en los Estados Unidos, a excepción de la galería de Nueva York que tiene obras de Botero, se ha atrevido a mostrar las pinturas, porque el tema es la prisión de Abu Ghraib. Son grandes pinturas de la tortura y el abuso de poder en el voluminoso estilo de Botero. No he podido quitarme esas imágenes de la mente. Lo que más temo es el poder con impunidad. Le temo al abuso del poder y al poder de abusar. En nuestra especie, los machos alfa definen la realidad y fuerzan al resto de la manada a aceptar esa realidad y obedecer sus reglas. Las reglas cambian todo el tiempo, pero siempre los benefician a ellos. Y en este caso el efecto de goteo, que no funciona en la economía, funciona a la perfección: el abuso gotea desde arriba hacia abajo en la sociedad, hasta alcanzar a todos. Las mujeres y los niños, especialmente los pobres, son quienes están más abajo. Hasta el hombre más indigentes, dispone de alguien de quien puede abusar: una mujer o un niño.

Estoy harta del poder que unos pocos ejercen sobre la mayoría, harta de la discriminación sobre la base de género, ingresos, raza y clase social. Creo que ha llegado el momento de realizar cambios fundamentales en nuestra civilización. Somos parte del imperio más poderoso e influyente de la historia; podemos hacerlo. Pero para un cambio verdadero necesitamos energía femenina en la administración del mundo. Necesitamos un número crítico de mujeres en posiciones de poder, y necesitamos valorar la energía femenina en los hombres. Estoy hablando de hombres con mentes jóvenes, por supuesto. Los viejos no tienen remedio, habrá que esperar que se mueran.

Sí, me encantaría tener las piernas largas de Sofía Loren y sus pechos legendarios, pero si me dan a elegir, preferiría tener el corazón guerrero de Wangari Maathai, Somaly Mam, Jenny, y Rose Mapendo. Quiero crear un mundo bueno. No mejor, sino bueno. ¿Por qué no? Es posible. ¡Miren a su alrededor, todo este conocimiento, energía, talento y tecnología en esta sala! Pongámosnos de pie, enrollemos las mangas y empecemos a trabajar APASIONADAMENTE para crear un mundo casi perfecto.