El amor de una madre, es muy poderoso, supera a la lógica, la ciencia y lo tangible. Tu madre perdió la fe en los médicos y en la medicina contemporánea, mientras tu, Paula, estabas enferma, pero ella creía que el amor, la esperanza y la espiritualidad podrían despertarte de tu sueño permanente.

Carta a Paula

Por Erin Coleman, M.D.
Escrita cuando asistía a la facultad de medicina

Querida Paula,

Tu no me conoces, pero yo soy estudiante de medicina y tomo una clase de literatura, donde me asignaron un libro escrito por tu madre para leer, que relata los últimos meses de tu vida. Han pasado casi dieciséis años, desde que tu espíritu dejó el mundo, pero los recuerdos y la vitalidad de tu ser, continúan viviendo a través de la escritura de tu madre. Durante los doce meses que viviste en estado vegetativo, tu madre, Isabel Allende, te escribió un compendio de cartas, para expresar, no sólo su desgarrador dolor por tu lenta, y progresiva agonía, sino también para revelarte los secretos más profundos de su pasado. A través de estas cartas, que fueron luego compiladas y publicadas en un libro, tu extraordinaria madre escribió una autobiografía de su propia vida, dejando al descubierto sus sentimientos más íntimos y sus experiencias más sombías, para que cuando despertaras, tal vez sin memoria, pudieras volver a conectarte con ella en un nivel de intimidad más profundo.

El amor de una madre, es muy poderoso, supera a la lógica, la ciencia y lo tangible.. Tu madre perdió la fe en los médicos y en la medicina contemporánea, mientras tu, Paula, estabas enferma, pero ella creía que el amor, la esperanza y la espiritualidad podrían despertarte de tu sueño permanente. Como futura médica, yo sé lo poderosa y eficaz que puede ser la medicina moderna, pero también me doy cuenta de que en casos como el tuyo puede ser muy limitada. Tenías una enfermedad llamada “porfiria”, que te hizo vulnerable a la devastación neurológica que sufriste. No está claro por qué caíste en un estado de coma; tu madre y otros especularon, que cuando te enfermaste, los médicos que te atendieron te administraron una cantidad de sedantes excesiva y esto te causó daño cerebral. Si eso es lo que sucedió, Paula, lo lamento sinceramente, y sólo puedo decirte que nosotros, como médicos, somos propensos a cometer errores, como todos los humanos, pero en nuestro trabajo los percances pueden ser fatales.

Antes de leer el libro de tu madre, la palabra “porfiria” era algo que yo había memorizado de un libro de texto en la facultad de medicina, solo otra enfermedad rara, que me vi obligado a aprender y regurgitar en una prueba de selección múltiple.

El libro Cecil Textbook of Medicine define porfiria como “una enfermedad que resulta de las deficiencias de enzimas específicas en la ruta de la biosíntesis del grupo hemo, es normalmente hereditaria, y puede estar asociada con una acumulación impresionante de productos intermediarios de la vía del grupo hemo”. Ahí lo tenes Paula, tu terrible destino definido en una frase, con insensibles, complicados términos médicos, que sólo pueden ser entendidos por nosotros, los que hemos sufrido tomando una clase de bioquímica.

¿Cómo definirías tu, la palabra “porfiria”, Paula? ¿Qué sentimientos y pensamientos provocarían esa palabra en tu madre, cuyo dolor por tu pérdida está tan vivo como lo estuvo hace dieciséis años?

Al reflexionar sobre los momentos de mi entrenamiento, en que fui testigo de la explicación que un médico con más experiencia le dio a un miembro de una familia sobre el mal pronóstico de un paciente, me pregunto muchas veces, cómo me relacionare y me comunicaré con los pacientes y sus seres queridos cuando me vea obligada a decirles que la muerte es inevitable. ¿Voy a ser franca y directa con un tono de voz inmutable? ¿O mis ojos se llenaran de lágrimas y me temblara la voz mientras les digo que su vida actual cambiará catastróficamente?

Paula, no lo sabré hasta que llegue ese momento, pero te puedo asegurar que voy a recordar las palabras del libro de tu madre y buscaré la fuerza y la capacidad como médica para brindar un poco de consuelo a mis pacientes y a las personas que los aman. A veces, es difícil sentir un dolor constante y una profunda compasión por todas las pobres almas que caen en nuestras manos médicas. Vemos a tantos pacientes por día, cada uno con una historia triste que contar, que tendemos a volvernos inmunes y emocionalmente ausentes ante el rostro de la tragedia. La muerte y la enfermedad se vuelven tan mundanas y monótonas para nosotros, como los impuestos para un contador, o las declaraciones para un abogado.

Paula, tu madre no habló solamente sobre la enfermedad y la tristeza en sus cartas para ti. A pesar de que viviste los últimos doce meses de tu vida en un cuerpo inmóvil, conectado a un respirador, tu madre nos cuenta que tus veintiocho años estuvieron llenos de más vitalidad, amor y espiritualidad que la mayoría de la gente tiene en toda su vida. Ella escribió sobre el golpe militar en Chile, en la década de 1970, cuando la gente se moría de hambre y era asesinada en las calles, y tu familia vivía día y noche temiendo por sus vidas. Tenías tan sólo nueve o diez años, pero tuviste la sabiduría y la compasión de alguien mucho mayor. Guardabas provisiones y comida para llevar a un cercano hogar de ancianos, y le trajiste suministros a tu maestra en la escuela, cuyo esposo fue encarcelado por el régimen militar por ser demasiado “izquierdista” en sus puntos de vista.

Hasta de niña, comprendiste los males de la injusticia social, y pusiste tu vida en peligro para ayudar a las víctimas del sistema. Tu madre nos cuenta, que viviste una vida simple, carente de deseos materialistas, y el propósito de tu vida era ayudar a los demás y de encontrar a un Dios misericordioso entre el sufrimiento del mundo.

¿Paula, alguna vez encontraste a Dios,? Tal vez sólo verdaderamente encontramos a Dios cuando morimos y Él decide por cada uno de nosotros cuando ha llegado el momento de ponerle fin a nuestra frustrante búsqueda de su presencia. Tal vez EL decidió que eras demasiado noble y estabas llena de bondad para seguir buscándolo y cuando moriste El te sacó y te atrajo, envolviéndote en SUS brazos, riendo, como si dijera, “¡Niña tonta, he estado aquí todo el tiempo!” Quizás, nos estás mirando desde arriba, compadeciendo a este mundo, preguntándote por qué le tenemos tanto miedo a la muerte, siendo que las crueldades de la vida son mucho más difíciles de soportar.

Es extraño pensar en la muerte de esa manera, porque los médicos estamos constantemente batallando contra la muerte, luchando contra ella con la tecnología moderna, líquidos, medicamentos, y máquinas de respiración artificial. La muerte para nosotros es el enemigo, un rival al que siempre estamos tratando de derrotar. A veces, para nuestra satisfacción, ganamos la batalla, y otras veces, sólo posponemos su inevitable victoria.

Me siento muy apenada, Paula, de que la medicina moderna no pudo curarte y devolverte como la chica compasiva, enérgica que una vez fuiste. Lamento también, la posibilidad de que tu enfermedad se agravó, o que tu muerte fue acelerada inconscientemente debido a la decisión de un médico.

Lo siento por tu madre, Isabel, que sin duda, sigue sufriendo tu pérdida; lo siento por tu marido, Ernesto, cuyo eterno y firme amor por ti me ha hecho llorar. Por último, envió mis condolencias al resto de tus seres queridos, sabiendo que dejaste un profundo impacto en sus vidas y que tu nunca serás olvidada. Tu herencia y la de tu familia vivirá a través de los escritos de tu madre: una serie de cartas escritas por una mujer en duelo por la pérdida de su hija, una parte de su ser, su alma: Paula. La próxima vez, que visites a tu madre en un sueño dale las “gracias” por su inspiradora historia.

Atentamente,
Erin Coleman, M.D.